Traducido del italiano de Manuel Aguilar Hendrickson
Subjetivación y no sujeto
No pretendo hacer 
                          una reconstrucción histórica del movimiento de autonomía, 
                          sino tan sólo tratar de comprender su especificidad 
                          histórica volviendo sobre conceptos como rechazo del 
                          trabajo y composición de clase. Los periodistas usan 
                          el término operaismo para designar un movimiento político y filosófico que apareció 
                          en Italia en los años 60. A mí no me gusta ese término 
                          porque reduce la complejidad de la realidad social al 
                          mero dato de la centralidad de los obreros industriales 
                          en la dinámica social de la modernidad tardía. La centralidad 
                          de la clase obrera ha sido uno de los grandes mitos 
                          políticos del siglo XX, pero el problema que nos 
                          tenemos que plantear es el de la autonomía del espacio 
                          social frente al dominio capitalista, y el de las diferentes 
                          composiciones culturales, políticas e imaginarias que 
                          elabora el trabajo social. Por eso prefiero emplear 
                          la expresión composicionismo para designar ese movimiento 
                          de pensamiento.
                          Lo que me interesa subrayar de 
                          la operación filosófica del llamado operaismo 
                          italiano es el desmontaje de la noción de sujeto que 
                          el marxismo heredó de la tradición hegeliana. En lugar 
                          del sujeto histórico, el composicionismo empieza a pensar 
                          en términos de "subjetiv/acción". El concepto 
                          de clase social no tiene una consistencia ontológica, 
                          sino que debe entenderse como un concepto vectorial. 
                          La clase social es proyección de imaginaciones y proyectos, 
                          efecto de una intención política y de una sedimentación 
                          de culturas.
                          Los pensadores que escribían 
                          en revistas como Classe 
                          Operaia o Potere Operaio no usaban este tipo de lenguaje, no hablaban de inversiones 
                          sociales de deseo, y se expresaban de forma mucho más 
                          leninista. Pero el gesto que realizaron produjo un cambio 
                          importante en el panorama filosófico, que desplazó la 
                          atención de la centralidad de la identidad obrera a 
                          la descentralización del proceso de subjetivación. Félix 
                          Guattari, que entró en contacto con el operaismo 
                          después de 1977 y sólo fue conocido por los pensadores 
                          de la autonomía italiana después de esa fecha, insistió 
                          siempre en la idea de que no se debería hablar de sujeto 
                          sino, más bien, de proceso de subjetivación.
                          Partiendo de estas observaciones 
                          podemos tratar de comprender qué significa rechazo del 
                          trabajo. Esta expresión no significa tanto el hecho 
                          obvio de que a los obreros no les gusta que les exploten, 
                          sino algo más. Significa que la reestructuración capitalista, 
                          el cambio tecnológico y la transformación general de 
                          las instituciones sociales son el producto de una acción 
                          cotidiana de sustracción de la explotación, de rechazo 
                          de la obligación de producir plusvalor y de aumentar 
                          el valor del capital a costa de reducir el valor de 
                          la vida.
                          Como he dicho, no me gusta la 
                          expresión operaismo 
                          por la implícita reducción a una referencia social restringida, 
                          y prefiero la palabra composicionismo. El concepto de 
                          composición social o composición de clase, ampliamente 
                          utilizado por los pensadores "operaistas", 
                          parece tener más que ver con la química que con la historia 
                          social.
                          Me gusta la idea de que el lugar 
                          en el que se desarrollan los procesos históricos no 
                          sea el sólido territorio rocoso de origen hegeliano, 
                          sino un ambiente químico en el que sexualidad, enfermedad 
                          y deseo se combaten, se encuentran y se mezclan y cambian 
                          continuamente el panorama. Si usamos el concepto de 
                          composición podemos comprender mejor lo que sucedió 
                          en Italia en los años 70, y podemos entender mejor qué 
                          quiere decir autonomía: no es la constitución de un 
                          sujeto, no es la identificación de los seres humanos 
                          con una figura social prefijada, sino el cambio continuo 
                          de las relaciones sociales, la identificación y la desidentificación 
                          sexual y el rechazo del trabajo. El rechazo del trabajo 
                          es un producto de la complejidad de las inversiones 
                          sociales de deseo.
                          En este marco, autonomía significa 
                          que la vida social no depende sólo de la regulación 
                          disciplinar impuesta por el poder económico, sino también 
                          de los desplazamientos, los deslizamientos y las disoluciones 
                          que constituyen el proceso de autocomposición de la 
                          sociedad viva. Lucha, retirada, alienación, sabotaje, 
                          líneas de fuga del sistema de dominio capitalista.
                          Ese es el significado de la expresión 
                          "rechazo del trabajo". Rechazo del trabajo 
                          significa muy sencillamente: "no quiero ir a trabajar 
                          porque prefiero dormir." Esta pereza es la fuente 
                          de la inteligencia, de la tecnología y del progreso. 
                          Autonomía es la autorregulación del cuerpo social, en 
                          su independencia y en sus interacciones con la norma 
                          disciplinar.
Autonomía y desregulación
Hay otro aspecto 
                          de la autonomía en el que se ha profundizado poco hasta 
                          ahora. El proceso de autonomización de los trabajadores 
                          de su papel provocó un terremoto social que, a su vez, 
                          desencadenó la desregulación capitalista. La palabra 
                          desregulación apareció en la escena ideológica a finales 
                          de los años 60, e interpretó un espíritu desestructurador 
                          que venía del pensamiento libertario y antiautoritario 
                          de los decenios precedentes. Hay toda una tradición 
                          de "desreglamentación", que recorre la cultura 
                          hippy libertaria californiana, el pensamiento autónomo 
                          italiano y la epistemología deseante francesa, que predica 
                          la autonomía de la dinámica social frente al dominio 
                          estatal y autoritario. El liberalismo recoge el impulso 
                          de estas culturas y lo transforma en fanatismo de la 
                          economía. La autonomía social desencadenó la potencia 
                          del saber y la imaginación colectiva, pero el liberalismo 
                          traduce esa liberación al terreno paranoico de la competitividad.
                          La desregulación que entró en 
                          la escena mundial en la época de Thatcher y de Reagan 
                          puede verse como la respuesta capitalista a la autonomización 
                          respecto al orden disciplinario del trabajo industrial. 
                          Los obreros pedían libertad frente a la regulación capitalista, 
                          y el capital hizo lo mismo pero a la inversa. La libertad 
                          frente a la regulación del Estado ha resultado ser despotismo 
                          sobre el tejido social y sobre la vida cotidiana de 
                          las personas concretas. Los trabajadores pedían libertad 
                          frente a la prisión del trabajo de por vida en la fábrica 
                          industrial, y la desregulación respondió mediante la 
                          flexibilización del trabajo y la fractalización del 
                          trabajo.
El movimiento de 
                          autonomía en los años 70 puso en marcha un proceso peligroso 
                          pero indispensable. Un proceso que se desarrolló desde 
                          el rechazo social del dominio capitalista hasta la revancha 
                          capitalista que adoptó la forma de desregulación, de 
                          libertad de la empresa frente a todo control estatal, 
                          de destrucción de la protección social, de reducción 
                          y externalización de la producción, de recorte del gasto 
                          social, de desfiscalización y, finalmente, de flexibilización. 
                          El movimiento de autonomía puso en marcha, en efecto, 
                          la desestabilización del contexto social que había surgido 
                          de un siglo de presiones sindicales y regulación estatal. 
                          ¿Cometimos, acaso, un terrible error? ¿Deberíamos arrepentirnos 
                          de las acciones de disidencia y sabotaje, de autonomía 
                          y de rechazo del trabajo que parecen haber provocado 
                          la desregulación capitalista?
                          No, en absoluto.
                          Es cierto que el movimiento de 
                          autonomía anticipó la tendencia, pero la desregulación 
                          estaba inscrita en las líneas de desarrollo del capitalismo 
                          posindustrial, como le estaba en la reestructuración 
                          tecnológica de la globalización productiva.
                          Hay una relación estrecha entre 
                          rechazo del trabajo e informatización de las fábricas, 
                          reducción de plantillas y subcontratación, y flexibilización 
                          del proceso global de trabajo. Pero esa relación es 
                          mucho más compleja que una simple cadena de causas y 
                          efectos. El proceso de desregulación estaba ya inscrito 
                          en el desarrollo de nuevas tecnologías que permitían 
                          a las grandes empresas lanzar el proceso de globalización. 
                          Un proceso parecido se produjo en el campo de los medios 
                          de comunicación en el mismo período.
                          Pensemos en las radios libres 
                          italianas de los años 70. En aquellos años en Italia 
                          existía un monopolio estatal de la telecomunicación 
                          y estaba prohibida la emisión privada. La izquierda 
                          política, en especial el PCI, denunciaba a los activistas 
                          mediáticos de Radio Alice a los que acusaba de romper 
                          el sistema público de comunicación y de abrir así el 
                          camino a los medios privados. ¿Hay que pensar que tenía 
                          razón la izquierda estatista que se oponía a al proliferación 
                          comunicativa en nombre de la defensa del sistema público? 
                          No lo creo así. Creo que la izquierda tradicional se 
                          equivocaba por varias razones. Ante todo, porque el 
                          fin del monopolio público estaba ya inscrito en la evolución 
                          de la tecnología de la comunicación. En segundo lugar, 
                          porque la libertad de expresión es mejor que la centralización 
                          estatal de los medios. En ese momento la izquierda representaba 
                          una fuerza de conservación estatista, tanto en Italia 
                          como en los países del Este de Europa. Representaba 
                          un cascarón cultural que no podía sobrevivir a la transición 
                          posindustrial. Lo mismo podemos decir respecto al fin 
                          del imperio soviético. Sabemos que la población rusa 
                          está hoy peor que hace veinte años, y que la llamada 
                          democratización ha llevado sobre todo a la destrucción 
                          de la protección social, a una pesadilla de competición 
                          agresiva, de violencia, de corrupción y de miseria existencial.
                          Pero la disolución del régimen 
                          socialista era inevitable, porque ese orden bloqueaba 
                          la dinámica del deseo social y porque impedía la innovación 
                          cultural. La disolución de los regímenes comunistas 
                          estaba inscrita en la composición social de la inteligencia 
                          colectiva, en el imaginario creado por los nuevos medios 
                          globales y en las inversiones colectivas de deseo. Eso 
                          explica que la intelectualidad democrática y las fuerzas 
                          culturales disidentes tomasen parte en la lucha contra 
                          los regímenes socialistas, aunque supieran que el capitalismo 
                          no sería ningún paraíso. Hoy la desregulación está devastando 
                          la que en tiempos fuera sociedad soviética, y se experimenta 
                          la explotación, la miseria y la humillación hasta un 
                          punto tal vez nunca alcanzado, pero esta transición 
                          era inevitable y, en cierto sentido, ha sido un cambio 
                          progresivo.
Desregulación no significa sólo emancipación de la empresa privada frente a la regulación estatal y reducción del gasto público y de la protección social. También significa flexibilización del trabajo. La realidad de la flexibilidad del trabajo es la otra cara de esa emancipación de la disciplina capitalista. No debemos minusvalorar la relación entre el rechazo del trabajo y la flexibilización que le ha seguido. Una de las ideas fuertes del movimiento de autonomía era que "lo precario es bello". La precariedad del trabajo es una forma de autonomía frente al trabajo regular que dura toda la vida. En los años 70 era habitual trabajar unos meses, dejar el trabajo para irse de viaje, regresar y volver a trabajar unos meses y así sucesivamente. En condiciones de pleno empleo y en presencia de una extendida cultura igualitaria, no competitiva y no consumista, es posible un estilo de vida como ése, y le sienta bien al cuerpo y al espíritu. La ofensiva neoliberal de los años 80 pretendía invertir la relación de fuerzas. Desregulación y flexibilización del trabajo han sido efecto e inversión de la autonomía obrera. Es preciso comprenderlo, y no sólo por razones históricas. Si queremos entender lo que debemos hacer hoy, en la época de la plena flexibilidad del trabajo humano que, sin embargo, es también una fase de crisis del neoliberalismo, debemos comprender cómo pudo producirse, en ese paso de los años 70 a los 80, la ocupación del campo del deseo social por un imaginario economicista y competitivo.
En los últimos decenios la informatización del sistema de máquinas ha jugado un papel crucial en la flexibilización del trabajo, junto con la intelectualización y la inmaterialización de los principales procesos productivos. La introducción de las nuevas tecnologías electrónicas y la informatización del proceso productivo han abierto el camino a la creación de una red global de infoproducción, desterritorializada, deslocalizada y despersonalizada. La red global de infoproducción se ha convertido cada vez más en sujeto del proceso productivo social, y el tejido humano de las personas que lo componen se ha fragmentado hasta disolverse. No hay ya seres humanos que trabajan, sino fragmentos de tiempo sometidos al proceso de valorización, átomos de tiempo recombinados en el proceso productivo global. Los trabajadores industriales rechazaron su papel en la fábrica y ganaron, de ese modo, libertad y autonomía frente al dominio capitalista y frente al control de su tiempo de vida. Pero ello llevó a los capitalistas a invertir en tecnologías que ahorran trabajo y a cambiar la composición técnica del proceso de trabajo, para poder expulsar a los obreros industriales y sus formas de organización autónoma y crear una nueva organización del trabajo que pudiera ser más flexible.
Ascenso y caída de la alianza de trabajo cognitivo y capital recombinante
Intelectualización 
                          e inmaterialización del trabajo son una cara del cambio 
                          de las formas de producción social. La otra cara es 
                          la globalización planetaria. Inmaterialidad y globalización 
                          son complementarias. La globalización es un proceso 
                          que conlleva elementos de pesada materialidad, porque 
                          el trabajo industrial no desaparece en la época posindustrial, 
                          sino que emigra hacia las zonas geográficas en las que 
                          es posible pagar salarios bajos, y en las que la legislación 
                          no protege el trabajo y favorece a la libre empresa, 
                          a costa del medio ambiente y de la sociedad. La perspectiva 
                          de una extensión planetaria del proceso de producción 
                          industrial fue previsto por Mario Tronti en un artículo 
                          aparecido en el último número de la revista Classe 
                          Operaia, en 1967. Tronti escribía que "el fenómeno 
                          más importante de los próximos decenios hasta el fin 
                          del siglo XX será el desarrollo de la clase obrera a 
                          escala planetaria". Esta intuición no se fundaba 
                          en el análisis del proceso de producción capitalista, 
                          sino en la comprensión de las transformaciones en la 
                          composición del trabajo. La globalización y la informatización 
                          podían preverse como una consecuencia del rechazo del 
                          trabajo en los países industriales de occidente. Durante 
                          los dos últimos decenios del siglo XX hemos asistido 
                          a una especie de alianza entre capital recombinante 
                          y trabajo cognitivo. Llamo recombinante al capital que 
                          no está ligado estrechamente a una aplicación industrial 
                          particular, sino que es transferible con rapidez de 
                          un lugar a otro, de una aplicación industrial a otra, 
                          de un sector de actividad económica a otro. Se puede 
                          llamar recombinante al capital financiero que desempeñó 
                          un papel central en la política y la cultura de los 
                          años 90. La alianza de trabajo cognitivo y capital financiero 
                          ha tenido importantes efectos culturales, como la identificación 
                          ideológica del trabajo y la empresa. Los trabajadores 
                          se han visto empujados a verse a sí mismos como autoempresarios. 
                          En esa visión había algo de cierto, en el período en 
                          el que florecieron las dotcom, cuando el trabajador cognitivo podía crear su empresa invirtiendo 
                          su fuerza intelectual (una idea, un proyecto, una fórmula) 
                          como un bien que podía valorarse en términos financieros.
                          Era la época que Geert Lovink, 
                          en su importante libro Dark 
                          Fiber,[1] 
                          llama la de la "dotcomanía". ¿Qué fue la "dotcomanía"? 
                          La participación masiva en el ciclo de inversión financiera 
                          de los años 90 puso en marcha un proceso de autoorganización 
                          de los productores cognitivos. Los trabajadores cognitivos 
                          invertían su experiencia, su saber y su creatividad, 
                          y encontraban en el mercado de acciones los medios para 
                          crear empresas. Para muchos la forma empresa se convirtió 
                          en el punto de encuentro entre capital financiero y 
                          trabajo cognitivo de alto potencial productivo.
La ideología libertaria 
                          y liberal que dominaba la cibercultura (sobre todo norteamericana) 
                          en los años 90 idealizaba el mercado presentándolo como 
                          un entorno puro. En ese entorno, natural como la lucha 
                          por la supervivencia del más fuerte que hace posible 
                          la evolución, el trabajo encuentra los medios necesarios 
                          para valorizarse y convertirse en empresa. Una vez dejado 
                          a su dinámica propia, el sistema económico de red estaba 
                          destinado a optimizar los beneficios económicos para 
                          todos, propietarios y trabajadores, entre otras cosas 
                          porque la diferencia entre propietarios y trabajadores 
                          se hacía cada vez más imperceptible al entrar en el 
                          circuito productivo virtual.
                          Este modelo, teorizado por autores 
                          como Kevin Kelly y convertido por la revista Wired 
                          en una especie de Weltanschauung 
                          liberal–digital, arrogante y triunfalista, entró en 
                          quiebra a principios del nuevo milenio, junto con la 
                          new economy 
                          y buena parte del ejército de emprendedores cognitivos 
                          que habían vivido en el mundo de las dotcom. 
                          La razón de la bancarrota se halla en el hecho de que 
                          el modelo de un mercado perfectamente libre es una falsedad 
                          teórica y práctica. Lo que el neoliberalismo reforzó 
                          a largo plazo no fue el libre mercado, sino el monopolio.
                          En la segunda mitad de los años 
                          90 se desarrolló una auténtica lucha de clases dentro 
                          del circuito productivo de las altas tecnologías. El 
                          devenir de la red se ha visto marcado por esa lucha, 
                          cuyo resultado aún hoy es incierto. Desde luego, la 
                          ideología de un mercado libre y natural ha resultado 
                          un engaño. La idea de que el mercado funciona como un 
                          espacio neutro de confrontación entre ideas, proyectos, 
                          calidad y utilidad de los productos ha sido barrida 
                          por la amarga verdad de la guerra que los monopolios 
                          han librado contra la multitud de trabajadores autoempresarios 
                          y contra la patética masa de microtraders.[2] 
                          La lucha por la supervivencia no ha sido ganada por 
                          el mejor o por el más afortunado, sino por el que ha 
                          sacado los cañones: los cañones de la violencia, de 
                          la rapiña, del robo sistemático, y de la violación de 
                          cualquier norma ética o legal. La alianza Bush–Gates 
                          ha sancionado la liquidación del mercado, y con ello 
                          la fase de lucha interna en la clase virtual se acabó. 
                          Una parte de la clase virtual se ha incorporado al complejo 
                          militar industrial, mientras otra (la gran mayoría) 
                          ha sido expulsada de la empresa y empujada hacia los 
                          márgenes de una proletarización abierta. En el plano 
                          cultural están emergiendo las condiciones para la formación 
                          de una consciencia social del cognitariado. Y éste podría 
                          ser el fenómeno más importante de los años próximos, 
                          la única clave que podría ofrecer soluciones al desastre.
Las dotcom han sido el laboratorio de experimentación de un modelo productivo y de un mercado. Al final el mercado ha sido conquistado y asfixiado por las grandes empresas monopolistas, y el ejército de autoemprendedores y microcapitalistas de fortuna ha sido desplumado y disuelto. Así ha comenzado una fase nueva: los grupos que alcanzaron el predominio en el ciclo de la net economy se han aliado con el grupo dominante de la old economy (el clan mafioso de Bush y Berlusconi, la industria militar y la petrolera) y el proceso de globalización productiva sufre un bloqueo. El neoliberalismo ha producido su negación y sus más entusiastas defensores se han convertido en sus víctimas marginalizadas.
Con el crash de las dotcom el trabajo cognitivo se ha separado del capital. Los artesanos digitales, los que en los años 90 se sintieron empresarios de su propio trabajo, se han dado cuenta poco a poco de que han sido engañados, desplumados y expropiados, y eso creará las condiciones de una consciencia de nuevo tipo de los trabajadores cognitivos. Se darán cuenta de que a pesar de tener toda la potencia productiva, han sido expropiados de sus frutos por una minoría de especuladores ignorantes pero hábiles en el manejo de los aspectos legales y financieros del proceso productivo. El sector improductivo de la clase virtual, los abogados y los contables, se apropia del plusvalor cognitivo producido por los físicos, los informáticos, los químicos, los escritores y los operadores mediáticos. Pero éstos podrían separarse del castillo jurídico y financiero del semiocapitalismo y construir una relación directa con la sociedad, con los usuarios. Puede que entonces se inicie el proceso de autoorganización autónoma del trabajo cognitivo. Un proceso que ya ha empezado, como lo muestran las experiencias del mediactivismo y la creación de redes de solidaridad con el trabajo migrante.
Era necesario que atravesásemos el purgatorio de las dotcom, la ilusión de una fusión entre trabajo y empresa capitalista, y también el infierno de la recesión y la guerra infinita, para poder ver emerger el problema con claridad. Por una parte, el sistema inútil y obsesivo de la acumulación financiera y la locura de la privatización del conocimiento público, herencia de la vieja economía industrial. Por otra, el trabajo cognitivo que empieza a verse como cognitariado, y empieza a construir instituciones de conocimiento, de creación, de cuidado, de invención y de educación que son autónomas del capital.
Fractalización, psicopatía, suicidio
En la net 
                          economy, la flexibilidad ha evolucionado hacia una 
                          forma de fractalización del trabajo. Fractalización 
                          significa fragmentación del tiempo de actividad. El 
                          trabajador ya no existe como persona. Es tan sólo un 
                          productor intercambiable de microfragmentos de semiosis 
                          recombinante que entra en el flujo continuo de la red. 
                          El capital no paga ya la disponibilidad del trabajador 
                          a ser explotado durante un período largo de tiempo, 
                          no paga ya un salario que cubra todo el campo de las 
                          necesidades económicas de una persona que trabaja. El 
                          trabajador (máquina que posee un cerebro que puede ser 
                          usado por fragmentos de tiempo) recibe un pago por su 
                          prestación puntual, ocasional, temporal. El tiempo de 
                          trabajo es fractalizado y celularizado. Las células 
                          de tiempo están en venta en la red, y las empresas pueden 
                          comprar tantas como quieran sin comprometerse en absoluto 
                          con la protección social del trabajador. El trabajo 
                          cognitivo es un océano de microscópicos fragmentos de 
                          tiempo, y la celularización es la capacidad de recombinar 
                          fragmentos de tiempo en un determinado semioproducto. 
                          El teléfono celular o móvil puede ser visto como la 
                          cadena de montaje del trabajo cognitivo.
                          Este es el efecto de la flexibilización 
                          y de la fractalización del trabajo: lo que era autonomía 
                          y poder político del trabajo se ha convertido en dependencia 
                          total del trabajo cognitivo respecto de la organización 
                          capitalista de la red global. Este es el núcleo central 
                          de la creación del semiocapitalismo. Lo que era rechazo 
                          del trabajo se ha convertido en dependencia completa 
                          de las emociones y del pensamiento respecto al flujo 
                          de información. Su consecuencia es una especie de desplome 
                          nervioso que afecta a la mente global y provoca lo que 
                          nos hemos acostumbrado a llamar dotcom 
                          crash. La crisis del capitalismo financiero de masas 
                          se puede ver como consecuencia del colapso de la inversión 
                          económica del deseo social. Uso la palabra colapso en 
                          un sentido que no es metafórico, sino más bien una descripción 
                          clínica de lo que está sucediendo en la mente occidental. 
                          La palabra colapso describe un auténtico hundimiento 
                          patológico del organismo psicosocial. Lo que vimos en 
                          el período inmediatamente siguiente a los primeros signos 
                          de hundimiento económico, en los primeros meses del 
                          nuevo siglo, es un fenómeno psicopático: es el colapso 
                          de la mente global. Veo la depresión económica actual 
                          como un efecto colateral de una depresión psíquica. 
                          La intensa y prolongada inversión del deseo y de las 
                          energías mentales y libidinales en el trabajo ha producido 
                          el ambiente psíquico ideal para un colapso que se está 
                          manifestando ahora en el terreno de la economía con 
                          la recesión y el retroceso de la demanda, en el terreno 
                          político en forma de agresividad militar y en el terreno 
                          cultural en forma de una tendencia suicida de masas.
                          La economía de la atención se 
                          ha convertido en una cuestión importante en los últimos 
                          años. Los trabajadores virtuales tienen cada vez menos 
                          tiempo de atención disponible, porque están implicados 
                          en un número creciente de tareas mentales que ocupan 
                          todo su tiempo de atención, y no tienen tiempo para 
                          dedicar a su vida, al amor, a la ternura y al afecto. 
                          Toman Viagra porque no tienen tiempo para los preliminares 
                          del sexo. La celularización ha conllevado una especie 
                          de ocupación permanente del tiempo de vida. El resultado 
                          es una psicopatologización de la relación social. Los 
                          síntomas son evidentes: millones de cajas de psicofármacos 
                          se venden en las farmacias, la epidemia de trastornos 
                          de la atención se extiende entre niños y adolescentes, 
                          el uso de fármacos como el Ritalin se hace normal, y 
                          parece extenderse una epidemia de pánico.
                          Una auténtica ola de comportamiento 
                          psicopático parece dominar la escena de los primeros 
                          años del nuevo milenio. El fenómeno del suicidio se 
                          extiende mucho más allá de los límites del fanatismo 
                          islámico. Desde el 11 de septiembre de 2001, el suicidio 
                          se ha convertido en el acto político crucial en la escena 
                          política global. El suicidio agresivo no debe verse 
                          sólo como un fenómeno de desesperación y de agresión, 
                          sino como una proclamación del fin. La ola de suicidios 
                          parece sugerir que el género humano está fuera de plazo, 
                          y que la desesperación se ha convertido en el modo predominante 
                          de pensamiento sobre el futuro.
¿Y entonces? No tengo 
                          respuestas que ofrecer. Lo que podemos hacer es tan 
                          sólo lo que ya estamos haciendo: la autoorganización 
                          del trabajo cognitivo es la única vía para ir más allá 
                          del presente psicopático. No creo que el mundo pueda 
                          ser gobernado por la razón. La utopía de la Ilustración 
                          ha fracasado. Pero pienso que la difusión del conocimiento 
                          autoorganizado puede crear la forma social de un número 
                          infinito de mundos autónomos. El proceso de creación 
                          de la red es tan complejo que no puede ser gobernado 
                          por la razón humana. La mente global es demasiado compleja 
                          para ser conocida y dominada por mentes locales subtotales. 
                          No podemos conocer, no podemos controlar, no podemos 
                          gobernar toda la fuerza de la mente global.
                          Pero podemos gobernar el proceso 
                          singular de producción de un mundo singular de vida 
                          social. Eso es hoy autonomía.
                        
                        
[1] Geert Lovink, Dark Fiber, MIT Press , Cambridge (Mass.), 2002.
[2] N. de T. "Micronegociantes" en acciones, o "microinversores".